En un estadio convertido en la Bombonera, ante una grada albiceleste eufórica, desahogada, numerosísima, Argentina se metió en los octavos del Mundial -se medirá a Australia- y puso contra las cuerdas a la Polonia de Lewandowski, que sigue vivo de milagro -se las verá con Francia- tras un partido que vio crecer a los argentinos más allá de Messi, más allá del líder que tantas veces les salvó.
Fueron Mac Allister y Julián Álvarez, dos veinteañeros recién entrados en el equipo, dos rayos cegadores de luz, los que cristalizaron un partido redondo de Argentina por fin. Pasó mucho durante el encuentro y casi todo fue en campo de Polonia. Ahí instaló permanentemente el campamento base el conjunto de Scaloni, muy lejos de su portería, un asentamiento que en cualquier caso tardó en producir el efecto deseado. Entre un bosque de piernas polaco, Messi fue el corazón de un ataque continuado, incesante.
Argentina tuvo paciencia, algo con lo que no venía conviviendo antes de ser campeón de América hace un año. Algo ha cambiado. Enzo le dio fluidez, De Paul mantuvo su anarquía de toda la temporada y Di María abrió el campo lo más que pudo. Había un plan que pasaba por la naturalidad, por la supervivencia.
Era una Argentina dominadora, una Argentina que pisó más el área que otras veces, aunque siempre con algún defensa polaco espantando las moscas. Acuña pudo marcar, también Julián Álvarez -la gran sorpresa en el once-, pero la opción más clara fue un penalti que el VAR y el clamor de los hinchas argentinos convirtieron en realidad.
Fuente: Diario As